sábado, 21 de noviembre de 2015

21.11.15.- UNA PELIGROSISIMA VISIÓN SOBRE LOS "SIN TECHO, DEL DIARIO EL MUNDO. (Paracelso)





ESCALINATAS DE LA PLAZA DEL SALVADOR. (Foto de LA CARPA  Otoño 2015)






LA PLUMA CÓMPLICE


Desde el 2011, las gentes de las "mareas",
andamos por las calles de Sevilla, 
sin necesidad de que ningún periódico nos cuente su verdad.
Nadie nos va a relatar las excelencias de una sanidad andaluza pública,
cuando los de la calle sabemos el furor privatizador del PSOE.
Nadie nos va a contar las excelencias de una educación publica,
 que recorta becas e impone matriculas imposibles.
Nadie nos podrá negar la virada de la justicia,
que impone tasas inalcanzables los pobres.
No nos convence la prensa malintencionada.
A los que nos duelen las manos de agarrar pancartas,
sabemos que se  abrió la veda del mercadéo con el sufrimiento.
Corrupción con  los desahuciados,
 que ven sus hogares en manos de los bancos
 y de rebote los ven pasar  a los fondos buitres.
Cuervos de la especulación. 
Preferentistas que ven a sus verdugos chapoteando en la opulencia.
Rejas para lo perdonable,
y libertad para los inmensamente ricos y corruptos.
Familiares de gobernantes,  presidentes autonómicos ..
Puertas de oro giratorias para todo el que toca poder..
Pero en las calles,
las mareas,
la blanca, 
la pública,
la verde,
la rosa de la dependencia...
respirando el olor de la indigencia,
 han visto como en los albergues de Sevilla,
se les priva del cobijo en la noche,
 a enfermos y convalecientes.
Sorprendentemente hemos estado haciendo las cuentas.
 ¡No salen!
Mil indigentes durmiendo a diario en las calles de Sevilla.
Mil millones de pesetas destinadas a los "sin techo" 
¡No salen las cuentas!
Y  no sale bien la jugada,
a quien con intereses que desconocemos,
alaban el tapizado de un sillón
o la amplitud de un ventanal,
de un escaparate que peligrosamente falsea la realidad.
El oropel de una realidad sucia y maloliente.
Una irresponsabilidad que ignora la muerte de un  indigente cada 6 días.
Que oculta los  20 años menos de esperanza de vida,
 a lo que está condenados los  que  duerme en la calle.
El artículo,
que bajo estas lineas reproducimos,
lo dejamos caer en el sótano de nuestro corazón,
donde se guardamos  las noticias,
  de los que con su pluma,
son complices del dolor.

Paracelso.


 

 

 

 

 

Hola, yo vivo en el albergue

 

 

Cristina Armellanos, de 33 años, residente en el Centro de Acogida Municipal, ayer en el día de puertas abiertas, donde fue guía.
Residentes salidos de la calle enseñan como guías el refugio municipal en su jornada de puertas abiertas para «visibilizar» su integración

Si a alguien que no ha estado dentro le preguntan cómo se imagina el albergue municipal de Sevilla, quizás responda: «Un agujero negro» de penuria. Sórdido, sucio, oscuro. Deprimente. Para comprender mejor qué hay tras estos muros, esta mañana de viernes han invitado a los periodistas a visitarlo dentro de la campaña de sensibilización «Así me siento yo», por la Semana de las Personas sin Hogar (17-24 de noviembre). Y los guías que nos han puesto son inmejorables: dos de los 165 hombres y mujeres que viven aquí.

Cristina Armellones, de 33 años, cuenta que escapó de la violencia de su antigua pareja, tiene una niña de 8 que está con su hermana, se recupera de una depresión, es actriz en la compañía de teatro por la inclusión social Mujereando, ahorra de su pensión de 350 euros por discapacidad parcial para alquilar un piso compartido y aspira a trabajar de limpiadora. Llegó de Torreblanca hace tres años.

Emilio Castel, soltero de 45 años, con experiencia como albañil, cuidador o camarero, se vio en la calle en medio de un conflicto familiar y de su adicción al alcohol, de la que se ha rehabilitado tras superar una recaída. Aquí no sólo duerme, come y pasa el tiempo a resguardo, como otros: él aprovecha para formarse como trabajador de ayuda a domicilio. «Hemos estado tirados en la calle, comiendo de la basura», dice de él y sus compañeros, para mostrar el contraste, en este salón de estar colectivo con ventanales al jardín, junto a butacones de colores y muros decorados con carteles de cine, cuadros y mensajes positivos, la gran diferencia entre la vida que llevaron y comer y dormir calientes y seguros, aunque no sea ni un hotel ni el hogar familiar. O sí: para muchos lo va siendo.

Limpios y serenos, nadie podría distinguir en la calle, ahora, que Emilio y Cristina viven en un albergue para indigentes y otros náufragos de la sociedad: ancianos sin familia, inmigrantes sin recursos, trotamundos sin blanca, enfermos mentales, alcoholizados, jóvenes ex tutelados por la Junta, desahuciados. Personas, vaya.

Pudieron comprobarlo los ciudadanos que acudieran ayer desde las cinco de la tarde -tras la visita para la prensa de la mañana, y también guiados por una decena de residentes- a la jornada de puertas abiertas, con actividades culturales y festivas con la que, explicaban las trabajadoras, han querido «visibilizar» y «normalizar» la vida del albergue.

 

Campaña de invierno


El recorrido por el Centro de Acogida Municipal (CAM) de la calle Perafán de Ribera, junto al Parlamento, empieza en el Centro de Orientación e Información Social (COIS), donde cinco trabajadores municipales reciben las peticiones por las mañanas, en la puerta y por teléfono (954 38 30 02). Acuden a diario unos 30 hombres y mujeres, cuyas situaciones estudian para derivarlos al albergue, a asilos de ancianos y, en su caso, al programa necesario de las más de veinte entidades sociales que colaboran con el Ayuntamiento en la Mesa de Coordinación. Aclaran que no existe el tiempo límite de tres días y a la calle, como cuando esto era sólo albergue de transeúntes. La estancia depende de cada caso.

Chari Ascasio y Alejandro García cuentan que están desbordados. «El teléfono echa humo», dice ella sobre las múltiples peticiones de hospitales, unidades de trabajo social y ayuntamientos de la provincia para enviarles a personas que no tienen dónde ir. Saben qué hay hacer: lo que les falta son más profesionales.

Hoy hay algunas plazas libres para pasar la noche, pero es frecuente que se quede gente fuera. Para evitarlo al menos en invierno, "temporada alta", pondrán 40 camas de campaña en el salón de estar, de diciembre a febrero, y abrirán de forma indefinida el recuperado centro municipal del Paseo Juan Carlos I, con 19 plazas. El centro de día del CAM está también abierto para los que esperan plaza.

Los guías anfitriones lo enseñan todo, acompañados por Patricia Muros, Carmen Sánchez-Trincado y María del Mar Montilla, trabajadoras de la Unidad Municipal de Intervención en Emergencias Sociales (Umies), un servicio contratado por el Ayuntamiento a Grupo 5. Trabajan aquí y, con su unidad móvil, en rutas por Sevilla para llegar a las personas más deterioradas las 24 horas. Patricia urge a quien conozca algún caso en la calle a pedir su intervención a través del 112.

 

También familias con niños


Vemos en el ala nueva, inaugurada en 2009, los nueve apartamentos para familias con niños, en una zona separada del área de adultos solos. No tienen cocina pero les traen aquí la comida del comedor. Sólo hay uno libre, que arreglan para la siguiente familia. Hay siete niños; el más chico, de seis días. Son apartamentos limpios, funcionales, luminosos, agradables. La zona de mujeres solas tiene 24 plazas en habitaciones de dos y tres camas. La de hombres de estancias prolongadas tiene 43 habitaciones individuales, básicas, con ventana, armario, cama y mesilla. Los servicios y baños comunes en el pasillo están limpios. Hay algunos apartamentos más -módulos, les llaman- en la zona mixta de «Inserción» para parejas o grupos sin niños. En el edificio antiguo están los dormitorios de «emergencia», para los hombres que acaban de llegar. Son cinco habitaciones con siete camas cada una.

«Se cree que el albergue es un agujero negro», dice Patricia. Y explica que para rebatirlo celebran la fiesta de puertas abiertas. Montan hasta un castillo hinchable para que los niños de fuera jueguen con los de aquí. Lo denuncian la Asociación Pro Derechos Humanos y otros grupos: faltan recursos para integrar a los excluidos. La primera herramienta inclusiva es fácil, no cuesta nada y atañe a todos, piensa el periodista transeúnte. No volverle la cara y negarle el saludo a alguien como Cristina y Emilio si te dice: «Hola, yo vivo en el albergue».



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